viernes, 14 de abril de 2017

Los tres y un río

El sábado santo, hace un año, sentada en una piedra de río, medité sobre la soledad de mi vida:


En la oscuridad de un paisaje iluminado por una luna en el cenit, a la otra orilla del río, su brillo golpea las hojas de los árboles. Me dejo llevar por la corriente del ruido, que no es poca; una mujer corre y, tras ella, otras dos personas, una mujer y un hombre. La mujer es de estatura baja, lleva un vestido azul de flores pequeñas con sandalias y el hombre, una bermuda caqui con camiseta roja, con unas chanclas de tres puntadas, que se le caen mientras corre tras los caprichos de dos mujeres.

Ella, la que corre primero, camiseta blanca, pantalón de sudadera, descalza, parece alterada, se comporta con ebriedad adolescente o alcohólica. No es claro para mi. Quiere meterse al río. Los otros dos la detienen, la agarran, intentan persuadirla de que vuelva a algún otro lado. Pide que la dejen, insiste en correr al río, más abajo de la pendiente entre empedrada y arenosa. Varias veces se suelta de las manos de uno y de otro; finalmente, para tranquilizar a sus captores acompañantes, dice que sólo quiere ir a la orilla del río.

La mujer, ebria, tiene toda la cara de llamarse Carla, insiste en meterse al río y lo hace. La otra mujer la agarra de los brazos y le dice que es peligroso, que la corriente está fuerte y que ella no piensa soltarla. Carla se mete río adentro, no a la orilla; le gusta ir donde el caudal se hace fuerte y precipita el impulso, ese caudal que se lleva a las personas y las ahoga. La mujer que la sostiene se ve tranquila; le habla a Carla como una madre. Por un momento, logra que Carla salga del agua. Lejos de la orilla, caminan por la arena, con la intención de devolverla por donde venían. Insinuante y retadora, como retan los millennials, Carla los agarra a los dos y les dice:

-¿Por qué no se besan?, ¿porqué no lo hacen en frente mío?

La mujer se ríe nerviosa. No alcanzo a leer su expresión, que es con la que se comunica con Carla. Me parece que la mujer toma al hombre de la mano solo por unos segundos porque Carla sale corriendo nuevamente hacia el río y ella lo suelta para correr detrás.

El hombre camina como un zombie de acá para allá, de allá para acá...

Me escondo en una sombra. Me acerco lo más que puedo. Empiezan a pasar cosas que jamás pensé. Me encuentro frente a lo impensable.

Carla, contundente, insiste en meterse al río y la mujer otra vez la agarra. Esta vez, la atrae con la fuerza de sus brazos y la hace meter al río hasta hacer que le moje el vestido corto que lleva. La mujer, con apariencia apacible, se aleja de la orilla. Carla se quita de repente la ropa que le cubre el torso, los senos grandes, blancos y de algún modo juvenilmente caídos, aparecen en la escena para sorpresa de todos. Con los senos iluminados por la luna, Carla se ríe y baila bajo la luna del sábado santo. Se ve como un súcubo, parece reírse de ella, de su desnudez, de su libertad.

La observo entre complacida y triunfal. ¡Insolente! ¡Qué exabrupto! Pero, también se trata de un derecho humano: ver el propio cuerpo desnudo y mostrarlo a los otros. ¡Tan hermoso como es!

Con el espejo del río, cubre sus senos de la vista de sus acompañantes y le dice a la mujer que se acerque, que le dé un beso. La mujer lo hace: se acerca a Carla y, sin meterse al río, se agacha, le alza la cabeza con una mano, cierra los ojos y planta los labios en los de ella.

Empiezo a verlas besarse, siguen cierto compás. Carla le guía una mano para que agarre sus senos. La mujer obedece una poética erótica diferente a la de Carla, más equilibrada.

El hombre se queda de pie a unos cuatro pasos de las dos mujeres y observa. Al final del primer beso, Carla insiste y forcejea para que la mujer se meta con ella al río. Vuelve a besarla, primero un poco a la fuerza, luego parecen rodar ambas en el beso. Carla quiere tocar, agarrar, morder; la mujer se detiene, vuelve la cabeza hacia el hombre y le dice:

-¿Por qué no vienes?

Le responde incongruencias, un gruñido envidioso, airado en desaprobación, del que se escucha:  

-¿Qué?, ¿entonces, me voy?

La mujer camina los cuatro pasos que los separan, omite las palabras del hombre, le agarra con deseo el pantalón o la entrepierna y lo lleva a donde Carla. Allí, terminan los tres acomodados para besarse siguiendo una dinámica transitiva: A besa a B, B besa a C y C besa a A; la mujer al hombre, el hombre a Carla y Carla a la mujer. Al principio, el hombre parece resistir a los besos de la mujer, pero luego cede cuando la mujer acerca los labios de Carla a él.

Todos los besos que se ven son de enamorados; los tres, con los rostros excitados. De todo sucede dentro del río, que en ese momento alberga una serie de movimientos atropellados y sincrónicos, secuencias entre los cuerpos semidesnudos de dos mujeres y un hombre. Él y cada mujer se besan y ya los cuerpos de las mujeres completamente mojadas se sumergen de manera alternante, se tocan y se complacen. El hombre penetra primero a la mujer y luego a la otra; acaba en Carla, Carlaleja; mientras él está de píe, ella está de rodillas.


Desde la piedra misma, observo lo que pasa. Me pregunto por qué la vida me trae aquí, a este episodio que solamente puedo calificar de errático, extraño, loco y hasta herético, pero que me suscita cierta compasión por la condición humana y una definitiva curiosidad sobre la situación en particular. “¿Es esto un trío en su definición clásica?, ¿qué siente cada uno?, ¿qué piensan ellos de esa situación? ¿hay alguna pareja? o ¿son amigos?, ¿están ebrios?”

“Claramente, no sienten el menor respeto por el sábado santo; claramente nadie queda pegado a nadie. Al menos no físicamente.”

Primero pienso que se trata de un par de amigos salvando a una mujer descompuesta de que la corriente la arrastre río abajo, luego pienso en la corriente de ese río que disfruté ayer en una soledad extrema y que sé que puede llevarse a una persona ebria; pienso, quizás contaminada por mis vivencias, que se trata de un hombre que ama a una mujer a quien no puede salvar y odia a otra por quien se siente atrapado.

Federica Lorca – Ana María PA
Bogotá, 2017.

Preciosamente editado por una próximamente lanzada editorial de la que seguro se escucharán muchos tonos.